6 Escépticos
6.1 Fundamentos: empirismo y racionalismo
En los mundos clásico y helenístico hubo una discusión profunda sobre cuáles debían ser los fundamentos del conocimiento. Como ya hemos comentado, se había llegado a la conclusión de que el conocimiento requería una justificación.
Además, se pensó que la justificación debía ser deductiva, aunque Aristóteles se dio cuenta, inmediatamente, de que la deducción sólo podía garantizar la verdad si las premisas de la inferencia eran, a su vez, verdaderas.442 Esto implica que, o bien asumimos que todas las premisas deben ser, a su vez, justificadas, lo cual nos lleva a una cadena infinita de inferencias o a razonamientos circulares, o, por el contrario, defendemos que hay premisas fundamentales que no requieren justificación. Aristóteles optó por el fundacionalismo: tenía que haber unas creencias básicas sobre las que descansaría todo el edificio inferencial. Además, Aristóteles pensó que estos principios fundamentales debían ser tan claros y obvios que debíamos aceptarlos como evidentemente verdaderos, es decir, debían ser evidentes por sí mismos e inmunes al escepticismo.443
Los escépticos helenísticos criticaron duramente el fundacionalismo. Una de sus críticas fue que, si alguien propone un principio sin justificarlo otro pensador podría proponer uno alternativo también sin justificación alguna. Por ejemplo, yo podría proponer como una verdad obvia que mi gata está sobre la mesa porque la estoy viendo en este momento. Esto, podría asumir que no requiere más justificación puesto que mi visión es suficientemente buena, pero el escéptico podría replicar, como de hecho lo hicieron, que puedo estar sufriendo una alucinación y, por lo tanto, podría negarse a asumir mi observación como un fundamento válido del conocimiento. Además, los escépticos también negaron que un razonamiento circular pudiese ser una justificación válida. Veremos que este debate ha continuado hasta la actualidad y que se han propuesto alternativas al fundacionalismo, pero, por el momento, y a pesar de sus limitaciones, aceptemos que esta es una primera aproximación razonable.
Una vez hemos aceptado el fundacionalismo deberíamos establecer cuáles son esas creencias que vamos a aceptar sin justificación. Una posible opción consistiría en aceptar los testimonios. ¿Es el testimonio de una persona una fundación válida para nuestro conocimiento? Esta es una propuesta problemática, en primer lugar, la persona que nos ha dado el testimonio podría estar engañándonos. Pero, incluso aunque obviemos esta posibilidad, podría ser que estuviese equivocada. Debemos tener muy buenas razones para confiar en un testimonio. Esto es algo que, en la práctica, hacemos continuamente. Cuando alguien actúa de un modo que denota un conocimiento profundo sobre un área, asumimos que es un experto y confiamos en su testimonio. Por ejemplo, confiamos en los médicos porque, bastantes veces, nos ayudan con nuestras enfermedades y en el mecánico habitual porque, en más de una ocasión, nos ha arreglado el coche.
Este es el mismo tipo de razonamiento que llevó a los teólogos medievales a aceptar la revelación de los profetas. En la Edad Media se creía que esos profetas habían hecho milagros y, por lo tanto, que era razonable creer que tenían una conexión especial con el creador del universo. Hume, cuestionó este razonamiento diciendo que debíamos valorar la posibilidad de que alguien hubiese exagerado o mentido en la cadena de transmisión del testimonio sobre los milagros. Hume defendió que debíamos valorar si era más probable que hubiese habido algún engaño o exageración en el testimonio o que el milagro hubiese ocurrido realmente. Si lo más probable era el fallo en el testimonio, deberíamos desestimar el milagro.
Además, los testimonios tienen otro problema. Aunque podríamos considerarlos fundaciones válidas del conocimiento de una persona concreta; por ejemplo, yo confío en que mi amigo Víctor no tiene gato porque me lo ha dicho. Sin embargo, no son justificaciones válidas del conocimiento de toda la comunidad. El conjunto de personas sabe que existe Moscú porque la comunidad ha recogido muchísimas evidencias de ese hecho y porque la tesis contraria, que la existencia de Moscú es una mentira, una conspiración, es mucho más improbable. Cuando se considera el conocimiento de toda la comunidad el testimonio no es válido. Esa es la diferencia entre un experto y un profeta de la antigüedad. A un experto siempre podemos pedirle que nos ofrezca justificaciones de su conocimiento que no se basen en su autoridad, por lo que podemos acceder a contrastar sus afirmaciones. Pitágoras afirmaba ser un profeta, pero sólo aceptamos aquellas de sus conclusiones, como el teorema que lleva su nombre, que seguimos pudiendo comprobar, e ignoramos las que sólo se basaban en su palabra o la de sus seguidores, como las recomendaciones relativas a las judías y los pollos blancos. Es decir, el criterio de autoridad puede ser válido en un momento concreto para una persona concreta, pero no lo es para el conocimiento en su conjunto.
Otra propuesta, que ya hemos comentado, es la de los racionalistas. Estos sostenían que se podía alcanzar el conocimiento mediante el uso de la razón pura, utilizando como fundamentos las intuiciones más elementales. El modelo a seguir para muchos racionalistas eran Los elementos de Euclides; un ejemplo de cómo, sobre unas fundaciones muy elementales, se puede construir un edificio deductivo que parece decirnos cosas profundas sobre nuestro universo. El problema es que este es un mal ejemplo porque, como veremos en breve, las matemáticas no son ciencia, no estudian nuestro mundo, sino todos los posibles mundos coherentes concebibles. Podemos construir todas las geometrías que queramos, pero para determinar la que se corresponde con nuestro universo concreto no tenemos más remedio que observar.
La percepción es, precisamente, la otra de las grandes fundaciones del conocimiento, la defendida por los empiristas. La ciencia moderna es empirista, pero antes de la modernidad ya hubo defensores de esta postura, por ejemplo, en el mundo helénico. Heráclito nos recomendó utilizar nuestros ojos y oídos para observar el mundo y aprender sus leyes.444 Y, sobre todo, uno de los mayores defensores del empirismo fue Aristóteles, por lo que resulta especialmente irónico que en la Edad Media terminase siendo asociado a una actitud racionalista. En el mundo helenístico la aproximación racionalista tampoco fue, ni mucho menos, hegemónica. Epicuro, por ejemplo, defendía la percepción como fuente de conocimiento, puesto que mediante los sentidos interaccionamos con el mundo exterior.445
Los estoicos, que también se preocuparon mucho por este asunto, eran profundamente empiristas, aunque nos recomendaron cautela. Según ellos, no debíamos atender a todas las impresiones por igual. Algunas impresiones son confusas, como las que tenemos al soñar o al intentar ver dentro de una espesa niebla, otras, sin embargo, según los estoicos, son tan claras que debían de ser verdaderas. A estas últimas las denominaban cognitivas y eran las que debían constituir la fundación de nuestro conocimiento.446 Esta es una propuesta muy similar a la de la ciencia moderna y la contemporánea que descartan que hagamos uso de una evidencia cualquiera y nos recomienda utilizar sólo evidencias suficientemente contrastadas. Por eso los científicos nos piden que ignoremos la evidencia anecdótica y que nos esforcemos por hacer observaciones sistemáticas. El conocimiento se alcanzaba, según los estoicos, cuando se utilizan estas impresiones cognitivas de un modo sistemático para construir una comprensión global del mundo que nos rodea.447
6.2 El escéptico feroz
Los escépticos helenísticos fueron un variopinto conjunto de pensadores más interesados en atacar las propuestas dogmáticas de los filósofos de su época, sobre todo, las de los estoicos, que en plantear las suyas propias.448 Dogmático era un calificativo que se aplicaba a quien creía que se podía llegar a tener conocimiento sobre alguna cuestión. Recordemos que este conocimiento requería, según la definición clásica, verdad, y esto parecía implicar certeza absoluta. Por lo tanto, los estoicos eran un ejemplo de dogmáticos, ya que planteaban que era posible alcanzar un conocimiento absolutamente cierto partiendo de las impresiones cognitivas. Los escépticos, sin embargo, criticaron con dureza esta osadía.
La mayor inspiración escéptica fue la inquisitiva actitud socrática.449 Sócrates preguntaba mucho más de lo que se atrevía a contestar450 y en la mayoría de los diálogos platónicos en los que interviene no se alcanza ninguna conclusión definitiva.
Tras la muerte de Platón, la Academia realizó un giro escéptico y durante dos siglos albergó a algunos de los principales representantes de esta escuela como: Arcesilao, Carnéades o Filón de Larisa.451 Aunque estos escépticos académicos terminaron siendo considerados demasiado moderados por otro grupo que se autodenominó pirrónico.
Estos escépticos más radicales adoptaron como ejemplo a Pirrón de Elis, un contemporáneo de Alejandro Magno. Se dice que para Pirrón el escepticismo extremo era un modo de vida, aunque, en realidad, no sabemos mucho sobre su vida ya que no dejó nada escrito. Enesidemo, el primer pirrónico, escribió un texto fundacional, Los diez modos, en el que enseñaba al escéptico a investigar críticamente cualquier presunción de conocimiento. Modo, en este contexto, podría traducirse como argumento o esquema de pensamiento452 ya que son un conjunto de herramientas, de formas de pensar, con las que hacer agujeros a las pretensiones de conocimiento de los estoicos o de cualquier otro filósofo dogmático. Como compañeros de estos diez modos, se escribieron otras muchas obras, siendo la más famosa la correspondiente a los 5 modos de Agripa. En el libro The Modes of Scepticism Annas y Barnes hacen un análisis exhaustivo de estas estrategias.453 Aquí sólo comentaré algunas de ellas.
Todos estos debates contra los dogmáticos y entre los propios escépticos nos han llegado relatados por varias vías, aunque la más importante es, sin duda, la obra de Sexto Empírico, un médico helenístico que recogió el pensamiento escéptico.454
6.3 Contra la razón
Razonar con corrección no es nada fácil. Podemos cometer errores lógicos formales e incluso, aunque no lo hagamos, una inferencia formalmente válida no garantiza que la conclusión sea verdadera. Se nos puede colar alguna premisa falsa o puede que haya premisas ocultas que no hemos considerado en el razonamiento. Cuanto más larga sea la cadena de inferencias, más probable es que terminemos cometiendo alguno de estos errores y que la conclusión final sea errónea. Además, en muchas ocasiones en la ciencia real, cuando nos enfrentamos a un problema complejo realizamos simplificaciones para que sea tratable, por lo que puede que las conclusiones que buscamos no son completamente precisas, es decir, estrictamente hablando son falsas.
Que el razonamiento no nos ofrece una fundación sólida del conocimiento nos lo recuerdan el primer modo de Agripa y el décimo de Enesidemo. Prácticamente sobre cualquier creencia siempre habrá disputas y se podrá encontrar gente con opiniones diversas, especialmente si visitamos culturas muy diferentes.455 Los escépticos nos recordaban que incluso entre los filósofos, que han aprendido las reglas del razonamiento correcto y que han discutido sus conclusiones en sus distintas comunidades, se encontraban opiniones muy diversas, tesis incompatibles, sostenidas por argumentos aparentemente válidos. Parménides concluyó que a nivel fundamental no hay cambio, mientras que Heráclito sostenía que todo fluía y experimentaba un cambio continuo. Parménides afirmaba que no existía el vacío, pero los atomistas defendían que el mundo estaba formado por átomos que se mueven en el vacío.
Protágoras, el sofista, enseñaba dialéctica defendiendo tesis contrarias456 y el escéptico Arcesilao practicaba buscando argumentos a favor y en contra de cualquier tesis.457 El gran escéptico Carnéades en 155 a. C. acudió a Roma en misión diplomática y realizó dos discursos sobre el origen de la justicia. En el primero defendió que la sociedad no es más que el reflejo del orden natural del cosmos y, por lo tanto, la justicia nace de ese orden natural. En el segundo explicó que la naturaleza está compuesta por una danza frenética y desordenada de átomos, mientras que la sociedad es un sistema ordenado, por lo que la ley no nace del orden natural, sino que resulta de un acuerdo entre los ciudadanos sobre lo que es justo. Se dice que en ambas ocasiones fue vitoreado por la audiencia. Estas dos posiciones eran las defendidas por los estóicos y los epicúreos respectivamente.458 El escándalo que se montó en Roma fue tan grande que Catón el viejo pidió al senado que expulsase a la corrosiva embajada ateniense.459
Los escépticos razonaban que si el conocimiento puede ser alcanzado realmente, ¿cómo era posible que los filósofos dogmáticos no se pusiesen de acuerdo? Este es un argumento realmente poderoso, cuando hay discrepancias entre los expertos, probablemente lo más razonable sea reservar el juicio. Por otro lado, tal vez, si los expertos han alcanzado el consenso sí podríamos pensar que se ha alcanzado un conocimiento firme. A esta tesis los escépticos podrían responder citando numerosos casos en los que el consenso de los expertos acabó demostrándose erróneo. Por ejemplo, los físicos creían que el tiempo era absoluto y el espacio plano hasta que Einstein planteó sus relatividades.
6.4 Las matemáticas no son ciencia
Algo que ha confundido a los racionalistas durante milenios fue el mal ejemplo de las matemáticas. Los pensadores del mundo clásico tomaron el razonamiento matemático como el mejor de los ejemplos de obtención de conocimiento y pretendían estudiar el cosmos tal y como Euclides había elaborado su geometría. Sin embargo, esto resultó ser un profundo error; un error que no se aclararía definitivamente hasta el siglo XIX.
Las matemáticas son ciertas, en el sentido de que podemos tener certeza prácticamente absoluta de que el teorema de Pitágoras es válido dentro de la geometría euclídea, pero lo que no está nada claro es que sean verdaderas. Recordemos que, por el momento, habíamos aceptado la teoría de la correspondencia de la verdad: es verdad aquello que se corresponde con el mundo externo a nuestra mente. ¿Son entonces verdad las matemáticas? ¿En qué sentido podríamos afirmar que un teorema matemático se corresponde con el mundo externo? Un triángulo no tiene una existencia equivalente a la de un gato y si queremos afirmar que las matemáticas son verdaderas antes debemos revisar nuestra definición del concepto de verdad. Las matemáticas son formalmente válidas y son una herramienta imprescindible en la ciencia, pero eso no implica que, con ellas, por sí solas, pueda estudiarse el mundo natural. Este es el motivo por el que prefiero separar, tal y como suele hacerse en filosofía de la ciencia, las matemáticas de la ciencia. Las matemáticas son una disciplina formal, pero no son una ciencia puesto que su objetivo no es comprender el mundo externo.
Euclides construyó un rico edificio deductivo partiendo de un puñado de definiciones y postulados y el resultado parecía estar compuesto por conclusiones que nos informaban sobre el comportamiento del mundo físico.460 Por ejemplo, los sumerios tuvieron que medir triángulos físicos para obtener la relación entre los catetos y la hipotenusa de un triángulo rectángulo. Esto es lo que hace un científico, observar, experimentar e inducir una regla. Sin embargo, Euclides pudo deducir ese mismo resultado mediante la razón pura y, además, mientras que Euclides tenía la certeza garantizada, puesto que sólo había usado la deducción, el conocimiento científico siempre será falible puesto que parte de observaciones con errores experimentales y, además, hace uso de la inducción. Los sumerios no podían descartar que algún triángulo, en el futuro, no cumpliese la relación que habían observado en todos los triángulos previos, algo que a Euclides no podrá pasarle nunca. Además, los sumerios no podían estar seguros de que su regla no fuese más que una aproximación. No es de extrañar que este logro se tomase como el ejemplo a seguir; al abandonar la observación y abrazar la deducción Euclides parecía haber conseguido alcanzar certeza y verdad.
Sin embargo, hay algo que ya preocupó a Euclides y que quedó para siempre como una mácula en su obra, el quinto postulado. Este postulado, también denominado de las paralelas, equivale a la afirmación de que dados una recta y un punto exterior, por este punto exterior pasará una y solo una recta paralela a la primera.461 En principio esta asunción parece muy razonable y, por eso, Euclides la propuso como postulado, pero es una afirmación que no parece tan trivial como el resto de sus definiciones y postulados. Durante milenios se intentó demostrar este quinto postulado a partir de los otros, pero nunca se logró. En el siglo XIX se averiguó por fin el motivo y la geometría tomó un giro radical.
En los años 20 del siglo XIX Nikolái Lobachevski y János Bolyai demostraron, independientemente, que el quinto postulado nunca podría demostrarse a partir del resto y Bernhard Riemann demostró que también se podía obtener una geometría consistente si se asumía que por el punto externo no pasaba ninguna línea paralela.462 Este programa de investigación continuó desarrollándose durante el XIX y acabó demostrándose que podían construirse varias geometrías alternativas sustituyendo el quinto postulado de distintos modos. Esto abrió los ojos a los matemáticos, que, de repente, se encontraron ante mundos más ricos y llenos de posibilidades, pero, a la vez, planteó una pregunta: si hay distintas geometrías posibles, ¿cuál se corresponde realmente con nuestro universo físico?
Esta no es una pregunta que preocupe a los matemáticos demasiado, su interés consiste en crear mundos matemáticos lógicamente consistentes;463 sin embargo, para el físico es una cuestión clave. Si puede haber distintos universos consistentes, ¿cómo determinamos cuál es el nuestro?
Hermann von Helmholtz, un físico alemán, concluyó que la geometría del espacio físico sólo podía ser decidida empíricamente.464 De modo que, después de dos milenios y medio pensando que mediante la razón pura podíamos demostrar que el universo tiene una geometría euclídea, resultó que estábamos equivocados, que teníamos que medir. Por cierto, al principio se pensó que el universo era euclídeo, porque parecía evidente, pero la relatividad general acabó con esa noción, el espaciotiempo está muy curvado en algunas regiones.
Lo único que nos dicen las matemáticas sobre el mundo físico es que si asumimos que el universo es describible mediante teorías coherentes hay ciertas restricciones que deben cumplir las estructuras de esas teorías, pero, más allá de eso, hemos de observar para estudiarlo. La ciencia, el estudio riguroso del mundo natural es ineludiblemente empírica.
A pesar de todo este barullo decimonónico, lo que siguió siendo cierto es que, si uno acepta los postulados euclídeos, incluyendo el quinto, el teorema de Pitágoras continúa siendo válido. De eso teníamos certeza puesto que era una conclusión deductiva y la deducción preserva la verdad; si las premisas se aceptan como verdaderas, la conclusión también lo será. Lo que nunca podremos hacer mediante la deducción es averiguar qué premisas se cumplen en nuestro universo concreto. Para llegar a esto debemos observar e inducir465 y, recordemos, la inducción es deductivamente inválida, cualquier conclusión inductiva podría ser falsa, incluso aunque sus premisas fuesen verdaderas. Esta es una encrucijada de la que nunca podremos escapar, es una limitación fundamental del conocimiento del mundo externo, podemos deducir y tener certeza, nuestras conclusiones serán válidas, pero no sabremos hasta qué punto se corresponden con el mundo, o podemos observar e inducir para estudiar ese mundo, pero deberemos renunciar a la certeza. Realidad o certeza, pero no ambas. Einstein dijo:466
En la medida en la que las matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas, en la medida en la que son ciertas, no se refieren a la realidad.
Con esta discusión no pretendo defender que las matemáticas no sean una herramienta útil en ciencia, todo lo contrario. Recordemos que Noether, una de las mentes matemáticas más importantes de la historia, demostró que cualquier cantidad conservada en un sistema físico tendrá una simetría equivalente y viceversa. Es decir, aunque no podemos saber qué simetrías o cantidades conservadas habrá en nuestro universo concreto, sí podemos estar seguros de que en todos los universos que puedan existir habrá un mismo número de simetrías y de cantidades conservadas. Seguimos teniendo que observar, pero Noether restringe, de entre todos los universos imaginables, aquellos que son coherentes.
Por otro lado, las matemáticas también tienen sus propias limitaciones intrínsecas. En algunos casos puede que haya errores en las demostraciones que pasen desapercibidos durante décadas o, incluso, durante siglos. Además, Gödel y otros lógicos del siglo XX demostraron que no todo es demostrable, que hay proposiciones matemáticas válidas que nunca podrán ser demostradas como tales dentro de las propias matemáticas. Pero estos problemas, que atañen a las matemáticas, son menos relevantes para la ciencia que el hecho de que las matemáticas sean una disciplina formal, una herramienta para la ciencia, pero no una ciencia.
6.5 Analíticos o sintéticos
En el siglo XVIII Hume, en Investigación sobre el entendimiento humano, ya había adelantado una idea relacionada con la necesidad de la observación conocida como el tenedor de Hume (Hume’s fork). Según Hume los objetos de la razón pueden dividirse en dos tipos, los analíticos y los sintéticos. (Esta es la terminología que utilizaría Kant posteriormente en su Crítica de la razón pura, Hume los denominó relaciones de ideas y cuestiones de hecho467).
Una proposición analítica es aquella cuya verdad se deriva a partir de su definición. Por ejemplo, si definimos soltero como aquella persona que no tiene cónyuge, podremos concluir que cualquier soltero siempre carecerá de cónyuge. Estas proposiciones pueden ser justificadas por definición, sin que necesitemos hacer ninguna observación sobre el mundo.468 Por otro lado, hay proposiciones cuya veracidad no puede establecerse basándose exclusivamente en las definiciones de sus términos, estas se denominan sintéticas.469
Antes de continuar convendría hacer una aclaración. Esta clasificación relativa a las proposiciones podría recordarnos a la diferencia entre inferencias válidas e inválidas, pero, en realidad, se refiere a algo completamente distinto. En primer lugar, la diferencia analítico-sintética trata sobre proposiciones, no sobre inferencias. “Ningún soltero tiene cónyuge” no es una inferencia es una proposición que, en todo caso, podría aparecer en una inferencia como premisa o conclusión. Además, mientras que las inferencias se clasifican como válidas o inválidas en función de su forma, es decir, sin tener en cuenta su significado, la distinción analítico-sintética trata, precisamente, sobre el significado, es semántica, no formal.
Antes de continuar también conviene precisar que esta clasificación analítico-sintética fue cuestionada porque, en algunos casos, no es completamente nítida. El filósofo estadounidense W. V. O. Quine, en su Two Dogmas of Empiricism, publicado en 1951, planteó que hay proposiciones como, por ejemplo, “mi gato es un animal” que podrían ser clasificadas como analíticas por algunos hablantes y como sintéticas por otros. En los lenguajes naturales las definiciones no son precisas del todo470 y, por lo tanto, un hablante podría pensar que ser un animal forma parte de la definición del término “gato”, mientras que otro podría considerar que este esta es una conclusión que se establece mediante una serie de observaciones.471 En realidad, la distinción analítico-sintética, estrictamente hablando, sólo es aplicable a los lenguajes artificiales construidos siguiendo reglas muy estrictas.472 En cualquier caso, esta matización no afecta demasiado a nuestro argumento actual, pero la he comentado porque es posible que el lector lea que la distinción analítico-sintética fue cuestionada por Quine .
Como acabamos de comentar la veracidad de las proposiciones analíticas, dado que depende exclusivamente de su definición, puede establecerse a priori, sin necesidad de hacer ninguna observación, pero ¿cómo podemos averiguar si “hay algunos doctores que son, además, solteros” o no? La veracidad de una proposición sintética no puede establecerse basándose sólo en las definiciones de sus términos. Una proposición sintética hace referencia a algo que en el mundo externo podría ser de un modo u otro, por lo tanto, la veracidad de las proposiciones sintéticas sólo puede ser establecida a posteriori, es decir, después de haber obtenido evidencias empíricas. Esto es algo esperable ya que las proposiciones sintéticas, añaden información que va más allá de la contenida en la definición de los términos, amplían nuestro conocimiento y es normal que este conocimiento no surja de la nada, sino de la información empírica recabada en el mundo externo.
Hume, además, clasificó las distintas áreas de estudio según si podían funcionar sólo mediante proposiciones analíticas o, si, por el contrario, requerían observaciones empíricas. El estudio lógico de la semántica sería analítico a priori473 mientras que las ciencias, que establecen conocimiento sobre el mundo externo, serían factuales y, por lo tanto, sintéticas a posteriori.474
De modo que hay proposiciones analíticas a priori y proposiciones sintéticas a posteriori y la cuestión que resta sería si existen las proposiciones sintéticas a priori. Es decir, si es posible ampliar nuestro conocimiento mediante la razón pura, sin recurrir a la experiencia. Kant defendió que esto era posible, que la veracidad de algunas proposiciones sintéticas podía establecerse a priori. Por ejemplo, “la recta es la distancia más corta entre dos puntos” sería un candidato a juicio sintético, puesto que en la definición de recta o punto no parece estar contenida la noción de que la distancia más corta entre dos puntos deba ser necesariamente una recta, y, además, tampoco parece que se necesite ninguna evidencia empírica para alcanzar dicha conclusión. Podría considerarse que, al menos en algunos casos, se puede aprender sobre el mundo externo mediante la razón pura, sin necesidad de hacer observaciones o experimentos. Kant tenía fresco el gran éxito de la mecánica clásica y era consciente de que algunas afirmaciones newtonianas no parecían provenir de la experiencia y que, por lo tanto, parecía que Newton las había incorporado a su teoría a priori.475 Por ejemplo, se admitía que el espacio era euclídeo, pero esto no era el resultado de un experimento que hubiese determinado la cuestión, sino que era una asunción newtoniana a priori que cualquier mente humana era capaz de aceptar por simple reflexión.
Sin embargo, la mayoría de los filósofos, incluidos Hume y los positivistas lógicos, se oponen a esta tesis. La veracidad de las proposiciones sintéticas sólo puede ser establecida a posteriori, es decir, tras haber obtenido información empírica,476 no podemos aprender sobre el mundo externo sin observarlo. Kant fue un gran filósofo, los juicios sintéticos a priori fueron una idea fallida. Además, recordemos que uno es libre de plantear las hipótesis que desee a priori, pero lo que las valida, en última instancia, es que las evidencias empíricas las justifiquen. Yo puedo dibujar cuantos mapas desee sin pisar el mundo externo, pero esos mapas sólo serán verdaderos si reflejan el territorio externo y eso no puedo comprobarlo sin evidencias empíricas, sin obtener información sobre el territorio que representan.
Euclides pudo construir un gran edificio deductivo sobre unas cuantas proposiciones. Pero pudo hacerlo porque lo único que importa en matemáticas es la compatibilidad lógica de los axiomas.477 Las matemáticas son deductivas y gracias a la deducción podemos construir edificios lógicamente coherentes, pero sin evidencias empíricas no podemos establecer en qué medida estas construcciones se corresponden con la realidad. Kant, como todos los investigadores hasta el siglo XIX, creía que el cosmos debía tener necesariamente una geometría euclídea, por lo qué es irónico que esta idea resultase ser errónea. El problema radica en asumir que nuestras ideas intuitivas deben ser necesariamente verdaderas.478 El consenso filosófico establece que la veracidad de los juicios sintéticos sólo puede ser establecida a posteriori.
Sin embargo, de las ideas kantianas sí pueden extraerse algunas enseñanzas interesantes. Kant partía de la premisa de que el diseño de nuestras mentes nos obliga a considerar el espacio como tridimensional y euclídeo y el tiempo como independiente del espacio. A pesar de que la relatividad general nos ha enseñado que ambas ideas, aunque son útiles en nuestra vida cotidiana, están equivocadas a un nivel profundo, el tiempo está ineludiblemente ligado al espacio y el espaciotiempo no es necesariamente euclídeo, nuestras mentes no están capacitadas para captar estas ideas de un modo intuitivo. Nuestro sistema cognitivo es capaz de reconocer, gracias a la razón, que el espaciotiempo parece ser curvo, pero esta aceptación no implica que podamos verlo de este modo. Es un caso análogo al de la percepción de las ilusiones ópticas, podemos reconocerlas mediante la razón, pero no podemos dejar de verlas. Estas son limitaciones humanas con las que estamos obligados a convivir. Además, podría discutirse hasta qué punto nuestras ideas intuitivas son a priori puesto que han sido modeladas por millones de años de relación entre el material genético y el mundo externo.
Pero volvamos a la discusión entre Hume y Kant. Uno podría pensar que lo de los juicios sintéticos a priori no tendría mucha más transcendencia que la de martirizar a los estudiantes de filosofía, pero había mucho más en juego. Lo que Hume tenía en su punto de mira era a la teología y la metafísica especulativa o escolástica.479 Hume se planteó si estas disciplinas estarían tratando con proposiciones analíticas a priori, como las matemáticas, o si requerirían de afirmaciones sintéticas a posteriori, como la física. Según Hume si eran analíticas podrían desarrollarse mediante la razón pura, pero carecerían de contenido factual y, por lo tanto, no nos informarían sobre el mundo real, mientras que si pretendían hacer afirmaciones sobre el mundo externo deberían basarse en evidencias empíricas. El gran escocés consideró que la teología y la metafísica especulativa no son ni carne ni pescado. Si la teología fuese analítica debería abstenerse de emitir juicios sobre si un dios particular existe o no existe en el mundo real y, si es sintética, como la física, debería estar sujeta a las limitaciones empíricas de cualquier otra ciencia, tendría que basar sus afirmaciones en observaciones claras y asumir que sus conclusiones deben ser revisables o, de lo contrario, no sería más que mera sofistería. Hume criticó con dureza que la teología y la metafísica especulativa pretendiesen llegar a conclusiones sobre la existencia de un dios concreto en el mundo real basándose simplemente en largas cadenas de razonamientos, sin acompañarse de evidencias empíricas que respaldasen sus conclusiones.480
Kant al proponer sus juicios sintéticos a priori lo que estaba haciendo es intentar salvar a la metafísica especulativa de la dura crítica de Hume. Según Kant la metafísica estaría legitimada para hacer afirmaciones sobre el mundo real basándose en la razón pura, sin necesidad de hacer observación alguna. Pero no pensemos que Hume fue el único que siguió esta línea de trabajo. A principios del siglo XX, en el manifiesto del círculo de Viena, los fundadores del positivismo lógico, por ejemplo, también rechazaron de plano los juicios sintéticos a priori y se manifestaron contra la metafísica.481 Volveremos a tratar esta crítica en los capítulos dedicados a la relación entre la metafísica y la ciencia.
Por otro lado, podemos pensar en estas cuestiones desde otra perspectiva. Algo que sí podemos exigir a nuestros modelos sobre el mundo es que sean coherentes. En este caso habrá modelos, mapas, que podremos descartar a priori, simplemente, por ser incoherentes. Esto es, por ejemplo, lo que hizo Noether, cualquier teoría física futura tendrá que obedecer su teorema, habrá de tener una relación entre las simetrías planteadas y las magnitudes físicas conservadas. Esto elimina muchísimas teorías imaginables, aunque para saber en qué grado las restantes se corresponden con el mundo físico habrá que observar y experimentar.
6.6 ¿Ver es creer?
De modo que si queremos estudiar el mundo natural estamos obligados a abrir los ojos y percibirlo. Esta fue la actitud de los empiristas de la antigüedad, como Epicuro, Aristóteles y los estoicos, y fue la conclusión que terminaría triunfando definitivamente durante la Edad Moderna. Cualquiera de nosotros suele otorgar un gran valor epistémico a lo que nos muestran nuestros sentidos; creemos ver un gato cuando vemos un gato. Sin embargo, los estoicos nos recuerdan que debemos ser cautos, no todas las impresiones son cognitivas. Hay percepciones dudosas. Por ejemplo, cuando vemos una vara recta introducida parcialmente en un estaque, la vara parece torcida. Según los estoicos el verdadero sabio sólo debe aceptar como fundamento del conocimiento las impresiones cognitivas, aquellas que realmente aportan conocimiento.482
Pero los escépticos no se conformaron con esto. Lo que acabo de escribir no es más que un razonamiento circular: son cognitivas las impresiones que aportan conocimiento, pero esto no nos indica cómo distinguir aquellas impresiones cognitivas de las no cognitivas.
Muchos de los modos de Enesidemo y Agripa hacían notar los problemas asociados a la percepción. En primer lugar, las impresiones no nos muestran el mundo tal cual es. Cuando miras al gato no ves átomos, y mucho menos, campos cuánticos, esa realidad profunda no es sólo invisible a nuestros sentidos, sino que, como veremos, parece que estará por siempre más allá de lo detectable. La función de onda cuántica, en principio, no puede ser medida directamente. Lo que vemos, además, depende de nuestra constitución, la evolución ha moldeado nuestros sistemas perceptivos para que nos sean útiles, no para que generen representaciones completamente fieles del mundo externo.483
La percepción depende, en parte, del ser que la experimenta. En el primer modo Enesidemo nos pide que pensemos en cómo perciben el mundo los animales. Un murciélago no percibe el mundo como un humano, incluso una misma persona, en distintas circunstancias, puede percibir el mismo estímulo de un modo diferente. Los escépticos nos recordaban que la miel que nos es dulce cuando estamos sanos, puede resultarnos amarga cuando estamos enfermos.484
Los griegos utilizaban el término phainomenon que se suele traducir como impresión o apariencia y que literalmente significa lo que aparece o lo que es aparente485 para remarcar esta dependencia de la impresión del individuo que la experimenta. Yo puedo considerar qué mí me ha parecido ver, qué impresión he tenido, pero esto no sólo depende del objeto percibido, sino también, en parte, de mí.486 Podemos saber cómo nos parecen las cosas, pero no cómo son realmente. La percepción siempre estará contaminada por nuestro punto de vista, es imposible tener un acceso al mundo externo independiente de nosostros mismos.
Por otro lado, Enesidemo en su tercer modo nos recuerda que distintos sentidos se contradicen. Cuando vemos una pintura realista en la que se ha cuidado la perspectiva nos parece apreciar profundidad, sin embargo, nuestro tacto inmediatamente nos indica que esto no es más que una ilusión.
En el quinto modo se nos conmina a ser cautos ya que lo que percibimos depende de nuestro punto de vista. Por ejemplo, la iridiscencia del cuello de la paloma bravía cambia cuando la paloma se mueve en relación a nuestros ojos. Una misma realidad percibida desde distintos puntos de vista parece ser distinta. Además, la información que nos llega desde el objeto percibido ha de atravesar un medio y esto puede afectarla de distintas formas (sexto modo). Por ejemplo, el color del Sol parece variar a lo largo del día, a pesar de que sabemos que el Sol, en sí mismo, no varía en la misma medida. El color que observamos no se debe sólo al Sol, sino también, en gran medida, a la atmósfera que debe atravesar su luz. Algo similar sucede con la vara sumergida, cuya percepción se ve afectada por el tránsito de la luz a través del agua y del aire.
Los escépticos hicieron otra crítica durísima que afecta tanto a la percepción como a la ciencia en general. Las percepciones están subdeterminadas por el estímulo. Es decir, que un mismo estímulo puede corresponderse con diferentes hipótesis sobre el mundo. Dicen que al estoico Esfero, como broma, le dieron una granada de cera tan realista que trató de comerla.487 Sexto Empírico se refirió al ejemplo del cuadro pintado en perspectiva para ilustrar el mismo problema.488 Es decir, que un estímulo, por ejemplo, la observación que hizo el sistema visual de Esfero, no es suficiente para determinar con absoluta precisión cuál es la realidad externa. Ambas hipótesis, la de que tenía ante sí una granada real y la de que la granada era de cera, producen en el observador la misma percepción. A esto se le denomina subdeterminación. Esta es una limitación que es, hasta cierto punto, fundamental ya que es debida a que la cantidad de información que obtenemos sobre el mundo externo es limitada, por lo que no podemos estar seguros de haber obtenido toda la información relevante. Siempre será posible que la hipótesis que elaboremos a partir de esa información limitada no coincida del todo con la realidad. Uno puede pensar que este problema no es tan serio, al fin y al cabo, Esfero acabó mordiendo la granada y se dio cuenta de su error. Pero las consecuencias pueden ser relevantes. Durante más de un siglo los físicos estuvieron convencidos de que existía algo que denominaban fuerza de la gravedad que era responsable del movimiento de los planetas y las manzanas, pero, a principios de siglo XX, Einstein planteó la relatividad general, una teoría que cuadraba con casi todas las predicciones y observaciones de los físicos newtonianos, pero que era radicalmente distinta en sus propuestas metafísicas. A pesar, de que en nuestra vida cotidiana es casi imposible realizar observaciones que nos permitan distinguir entre ambas físicas las realidades planteadas por la relatividad general y la newtoniana son muy diferentes. ¿Quien nos dice que mañana no habrá otro avance que proponga que el espaciotiempo de la relatividad no se corresponde con la realidad profunda? Incluso no es una imposibilidad lógica que vivamos en Matrix. Esto es algo que hemos de conceder al escéptico radical,489 lo cual no implica que sea relevante o que sea racional creer que efectivamente vivimos en Matrix.
Pero los problemas de la percepción no se acaban con este duro varapalo. Aunque solemos decir que ver es creer, en muchos casos, lo cierto es que creer es ver. Locke y Hobbes, dos empiristas modernos, creían que la percepción es un acto pasivo, que uno recibe el estímulo y esto genera una representación.490 Esto es, de hecho, lo que solemos creer todos intuitivamente, que nuestros sistemas visuales son una especie de cámara de vídeo que registra pasivamente la realidad que ocurre frente a nosotros. Pero la realidad es mucho más sutil.
Cada acto de percepción es, en cierto grado, un acto de creación, y cada acto de memoria es, en cierto grado, un acto de imaginación. Oliver Sacks, Musicofilia.
La información que llega a nuestros sentidos es muy incompleta y, además, la señal está parcialmente comprometida por algo de ruido. Para crear las representaciones que caracterizan nuestra percepción nuestros sistemas perceptivos toman un papel activo haciendo un procesamiento muy intenso de la señal recibida. A pesar de lo que pensaban Locke y Hobbes, es un error creer que la realidad se imprime pasivamente en nuestra mente.491 Para limpiar y completar las carencias de la señal recibida, nuestros sistemas perceptivos aprovechan la información previa, una información que puede manifestarse en forma de expectativa o de la propia estructura de esos sistemas. Esto es algo que los escépticos helenísticos desconocían, pero que ha sido estudiado en profundidad por los psicólogos y los filósofos en el siglo XX. Por ejemplo, el físico y filósofo de la ciencia Ernst Mach (1838 - 1916) estudió las ilusiones ópticas y llegó a la conclusión de que la ciencia debería abstenerse de hacer afirmaciones sobre la naturaleza última de la realidad y conformarse con crear modelos útiles que permitan hacer predicciones.492 Por otro lado, el filósofo Norwood Russell Hanson, en su Patterns of Discovery de 1958, hizo otro análisis de las ilusiones ópticas y concluyó que están contaminadas por nuestras expectativas previas, una idea fundamental que acabaría formando parte de la conclusión de que las observaciones están cargadas de teoría (Theory-ladenness).
Abrir los ojos implica una teoría implícita sobre la constitución y el funcionamiento del mundo externo. Nuestro sistema visual hace asunciones que le permiten fijar su atención en la información más relevante, eliminar el ruido de la señal recibida y rellenar la información faltante. No percibimos todo lo que ocurre a nuestro alrededor, nuestra atención selecciona y destaca algunos estímulos por encima de otros. Esto nos permite, por ejemplo, seleccionar una conversación cuando hay varias personas dialogando al mismo tiempo. Podemos hacerlo porque nuestro sistema auditivo se prepara para procesar de un modo determinado la confusa señal que recibe. Esta es una capacidad que causa fenómenos muy curiosos, como, por ejemplo, los soramimis o las pomporrutas en los que una cadena de sonidos fonéticos es interpretada de un modo erróneo. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando nos parece escuchar palabras castellanas en una canción en inglés o cuando escuchamos “Juan Tanamera” en la canción Guantanamera. En estos casos, una vez que alguien nos dice que es lo que vamos a escuchar, nuestra mente se prepara para hacerlo y es casi imposible no oírlo. Además, no somos conscientes de todo el procesamiento mental implicado en la percepción.493 Se pensaba que sería muy fácil hacer un robot que viese o escuchase porque no nos dábamos cuenta del esfuerzo subconsciente que implica la percepción, sin embargo, ha sido mucho más fácil enseñar a las máquinas electrónicas a jugar al ajedrez.
Nuestro sistema visual realiza un procesamiento muy complejo para mostrarnos una representación de la realidad continua y en alta definición, a pesar de que parte de una información visual muy deficiente. En cada ojo tenemos un punto ciego debido a la intersección del nervio óptico con la retina, nuestra visión sólo es óptima en la fóvea, que ocupa un 1% de la retina, pero cuya señal requiere, para ser procesada, de la mitad del córtex visual y, además, cada vez que parpadeamos o movemos los ojos nuestro sistema visual debe rellenar la información faltante. A pesar de estas limitaciones, no vemos ninguna región oscura, incluso aunque miremos con un solo ojo, ni nos parece que veamos con buena definición y en color sólo un 1% del campo visual, ni creemos estar ciegos entre dos y tres horas al día, el tiempo que pasamos parpadeando.
Según el escéptico, todo este procesamiento es problemático ya que lo percibido no depende exclusivamente del mundo externo, sino que depende, en buena medida, del sistema de procesamiento de la información visual. De hecho, lo que vemos puede estar muy contaminado por el contenido de nuestra mente. El cuarto modo nos recuerda que cuando soñamos o enloquecemos creemos ver objetos que no tienen ninguna correspondencia con el mundo exterior. Es natural pensar que en el sistema visual la información viaja desde el mundo externo hacia nuestro cerebro. Por ejemplo, la luz reflejada por el gato es recibida por la retina, y ,a partir de ese momento, la información va siendo tratada por distintas áreas del sistema nervioso hasta llegar a las regiones que se ocupan del pensamiento más abstracto, por ejemplo, aquellas en las que se activa la etiqueta “gato” para la representación que se ha creado. Es decir, lo intuitivo, es pensar que la información fluye desde el mundo exterior al interior. Sin embargo, la realidad, de nuevo, es más sutil.
En el sistema visual hay numerosas neuronas que envían información desde las áreas cerebrales encargadas del procesamiento más abstracto hacia las regiones más cercanas al mundo exterior. Una parte significativa de la actividad neuronal del sistema visual no es debida al estímulo exterior sino a nuestro mundo interior. Nuestra mente va procesando la señal disponible, en las áreas más abstractas, y va informando a las áreas cerebrales más cercanas al mundo exterior del resultado de este procesamiento inicial para que puedan modificar el procesamiento de la señal. Por ejemplo, cuando vemos por primera vez la famosa imagen del dálmata, no somos capaces de distinguir más que un confuso barullo de manchas negras, sin embargo, una vez que hemos visto el dálmata por primera vez, nuestras áreas cerebrales superiores pueden avisar a las externas de qué es lo que se espera ver, para que puedan prepararse. A partir de ese momento veremos el dálmata sin problemas.
Esto tiene como consecuencia que cuando no hay estímulo externo, el sistema visual no tiene por qué dejar de crear representaciones y, de hecho, en algunos casos, puede crear alucinaciones, es decir, representaciones que no se corresponden con la realidad, mapas que no se corresponden con el territorio.
Dado que en todo momento las áreas superiores están influyendo en el procesamiento de la información, no podemos decir que las representaciones que crea habitualmente sean debidas sólo a la señal visual externa. Tal vez la forma más adecuada de pensar en lo que está sucediendo sea plantearse que hay un equilibrio entre la expectativa de nuestra mente y la señal externa y que la representación final es el resultado de este equilibrio. Aparece una alucinación cuando la expectativa interna domina sobre la señal externa. Una alucinación es también una representación, el único problema es que nuestro mundo interior ha tomado un protagonismo excesivo. Durante la visión normal la mente también crea una representación basándose en nuestras expectativas, pero la va actualizando para ajustarse a la información externa que recibe. Una información que, recordemos, es insuficiente. No sería descabellado describir una percepción normal como una alucinación modificada a cada instante para corresponderse, en mayor o menor medida, con el mundo externo.
Esta imagen de nuestros sistemas perceptuales está bastante alejada de las expectativas de Locke y Hobbes y, desde luego, nos debe hacer tomar bastante en serio las reservas de los escépticos helenísticos.
Además, el problema no se limita a que nuestras expectativas dominen el proceso perceptivo. Incluso aunque no lo hagan, la propia estructura de los mecanismos perceptivos tiene implícitas unas asunciones sobre el mundo externo. Cuando estas expectativas son violadas aparecen ilusiones perceptuales.494 Por ejemplo, Escher dibujaba mundos que violaban estas asunciones para que nuestros sistemas visuales creasen representaciones de objetos imposibles. En estos casos puede que seamos capaces de darnos cuenta de que algo está yendo mal, pero esta seguridad consciente no hará que podamos desver el objeto imposible495 ya que no podemos modificar nuestro sistema de procesamiento visual.
Alguien podría plantear solucionar el problema prescindiendo de toda información previa. Si lo hiciésemos formaríamos las representaciones únicamente en base a la información externa recibida, sin embargo, esto ni es posible ni es deseable. Sin la información previa sobre la estructura del mundo acumulada por la evolución en el diseño de nuestros sistemas perceptivos, no tendríamos mecanismos para percibir nada. El mero hecho de percibir algo implica un mecanismo en el sujeto capaz de crear representaciones del mundo externo. Además, son estas expectativas sobre el funcionamiento del mundo externo las que, a pesar de la pobreza de la señal recibida por nuestros órganos sensoriales, nos permiten percibir eficientemente. Es ineludible, la percepción dependerá siempre del objeto percibido y, en parte, del sujeto que lo percibe. A lo que debe aspirar un sistema perceptivo o cognitivo es a actualizar las representaciones que va generando en base a la información que va recibiendo continuamente, de modo que esas representaciones se correspondan cada vez con mayor precisión con el objeto representado.
Algo muy similar ocurre con las observaciones teñidas de teoría en ciencia. Cuando salgo al campo con un amigo botánico, mi amigo y yo no vemos lo mismo; mientras que yo simplemente percibo plantas, él distingue cada una de las especies. Como veremos, todos estos problemas descritos para la percepción tendrán su equivalencia en el proceso científico, a fin y al cabo, en ciencia también tratamos de generar modelos del mundo externo partiendo de información limitada.
El precio que debemos pagar por utilizar la información previa es la posibilidad de error. Nuestras percepciones y nuestras observaciones científicas no dependen, ni pueden depender, exclusivamente del mundo externo y esto hace que, además de ser aproximadas, sean falibles. Cuando veo al gato he de ser consciente de que una parte de esa representación es debida a mi sistema visual y no al estímulo externo. Los escépticos decían que no percibimos la realidad en sí, sino que creamos una impresión que depende de nuestra constitución y estado y tenían razón. Aunque, claro está, en la mayor parte de las ocasiones, esa representación se corresponderá, al menos aproximadamente, con el mundo externo. Rara será la ocasión en la que mi cerebro me engañe completamente y me muestre una alucinación completa, al menos cuando la señal externa sea lo suficientemente clara como para ser dominante y mi cerebro esté funcionando adecuadamente.
La razón puede ayudarnos a detectar y corregir estos fallos, por ejemplo, comparando los resultados de distintas percepciones. Pero esto será un flaco consuelo para el escéptico helenístico que nos recordará que la razón también resultó ser falible.
A todas estas limitaciones hemos de añadir, no nos olvidemos, las relativas a la memoria. Si hemos de dudar, en cierta medida, de lo que vemos, con mucha más cautela hemos de tratar lo que recordamos.
Todos estos problemas cuestionan severamente la aspiración estoica de aceptar sólo las impresiones cognitivas. Si la impresión depende, hasta cierto punto, del sujeto, ¿qué criterio podemos seguir para distinguir las impresiones cognitivas de las no cognitivas? Siempre cabe la posibilidad de que alguien nos haga caer en la cuenta de ese querido amigo que hace años nos visita no es más que una creación de nuestra mente enferma. Los escépticos académicos dejaron claro que no hay percepciones infalibles496 y Carnéades insistió en que la claridad de una impresión no era tampoco garantía suficiente. Sin embargo, los escépticos no pretendían convencernos de que nuestros sentidos no representasen la realidad. Sexto Empírico aceptó que nuestros sentidos tenían una naturaleza tal que las impresiones solían corresponderse con la realidad.497 Lo que criticaban era la pretensión estoica de que fuésemos capaces de distinguir con absoluta certeza qué percepciones eran erróneas y cuáles no lo eran. Nadie ha podido rebatirlos: la idea de una impresión cognitiva infalible es insostenible.498
6.7 Relativistas
Los sofistas compartieron muchas de las preocupaciones escépticas. Gorgias499 y Protágoras500 insistieron en que no podemos aspirar más que a tener impresiones, es imposible percibir por completo el mundo exterior. De esto concluyeron que la verdad objetiva era inalcanzable y propusieron optar por el relativismo. Si no podemos más que tener impresiones dependientes del sujeto, deberíamos aceptar que cada persona juzgue lo que es verdadero para ella.501 Protágoras afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Es decir, que si a mí me parece que el aire es fresco, el aire es fresco, puesto que lo es para mí.502 Las cosas son lo que nos parecen, no hay otra posibilidad.
Todavía hoy en día hay relativistas que parten de posiciones muy similares. El problema de esta propuesta es que por mucho que nos empeñemos en eliminar el mundo externo de la ecuación, este mundo sigue existiendo y el tigre se nos puede comer y el pozo engullirnos, independientemente de que insistamos en que a otra persona podría parecerle que no hay tigre. El mundo externo es eso que insiste en darte palos independientemente de tu opinión. Sócrates criticó a los relativistas diciendo que para ellos no hay percepciones erróneas, cualquier cosa que le parezca es la verdad, incluso los sueños y la locura.503 La conclusión del escéptico es muy distinta. El escéptico acepta que hay un mundo exterior que dicta cuáles de sus creencias son verdaderas y cuáles no lo son e incluso, como veremos, acepta que algunas de estas creencias son más plausibles que otras, simplemente asume que es imposible alcanzar la certeza absoluta, por lo que hemos de ser cautos.504 Sólo podemos aspirar a tener mapas, modelos del mundo externo, pero esto no ha de hacer que nos rindamos y que aceptemos los mapas como la realidad. La lección es que hemos de esforzarnos por hacer que estos mapas se correspondan, en la medida de lo posible, con la información empírica disponible y que seamos muy conscientes de que puede haber regiones del territorio, de la realidad externa, peor cartografiadas.
6.8 Escépticos, investigación y cautela
En griego skeptikoi significaba examinar, indagar, estudiar con detenimiento, por lo que los escépticos se identificaban como investigadores.505 A diferencia de los escépticos modernos no partían de la duda radical506 y en principio, estaban inmersos en una investigación filosófica en busca del conocimiento. Puede que sus pesquisas les llevasen a suspender el juicio, pero incluso aunque así fuese, siempre se mantenían abiertos a encontrar un conocimiento cierto.
En la práctica, la mayor ocupación escéptica consistía en evaluar las conclusiones de los demás filósofos,507 especialmente las de los epicúreos, cínicos y estoicos, que pretendían haber alcanzado conclusiones firmes. A diferencia de sus rivales intelectuales, los escépticos siempre encontraron puntos débiles en cualquier propuesta filosófica, por lo que, ante la posibilidad de estar equivocados, recomendaban suspender el juicio. A esta suspensión la denominaban epojé. Esta es una idea clave en la filosofía helenística que compartían incluso los estoicos. Ante la posibilidad de error era preferible ser cauteloso y suspender el juicio. Si sobre una cuestión no podemos obtener una respuesta suficientemente segura, es razonable suspender el juicio y no actuar bajo la asunción de que conocemos la respuesta. Ante la duda es recomendable la prudencia.
La diferencia de los escépticos y los estoicos helenísticos con nuestras posiciones actuales es que su criterio para aceptar una creencia como conocimiento era la certeza absoluta. El consenso de la época es que sólo podía denominarse conocimiento aquella creencia de la que se tuviese una certeza completa. En lo que diferían Aristóteles y los estoicos de los escépticos es que mientras los primeros planteaban que alcanzar este grado de seguridad era muy difícil, los segundos pensaban que, dadas las limitaciones del razonamiento y de la percepción, conseguir certeza no sólo era difícil sino imposible. De modo, que ninguna conclusión debía considerarse conocimiento.
Esta conclusión puede parecer radical, pero eran los propios filósofos dogmáticos, aquellos que consideraban que el conocimiento sí era posible, los que se habían metido en el lío al exigir certeza absoluta. Actualmente, sin embargo, asumimos que el conocimiento es falible y revisable. Uno puede estar tentado de pensar que hay cosas que conoce con completa certeza, por ejemplo, que ahora mismo está leyendo, pero hemos de recordar que, tal y como nos recuerdan los escépticos, podríamos estar soñando o alucinando. Los escépticos no buscaban esta conclusión, ni se abstenían de investigar el mundo, simplemente se veían obligados a rechazar las pretensiones dogmáticas de conocimiento debido a la exigencia de certeza absoluta.
La escuela pirrónica, la más radical, recomendaba aceptar la duda para, de ese modo, alcanzar la ataraxia, es decir, la tranquilidad y la paz que nos conduce a la felicidad. Esta búsqueda de la ataraxia también era una característica general de las escuelas helenísticas. Los epicúreos y los estoicos tenían como objetivo alcanzar este estado, aunque, sus recomendaciones para conseguirlo eran muy distintas de las de los pirrónicos.
Este consejo escéptico puede resultar muy llamativo, lo común no es que la duda no produzca paz, sino, más bien, desasosiego. Aunque puede que tenga bastante sentido. Por ejemplo, solemos angustiarnos por la marcha de la actualidad política y de los indicadores sociales. A lo largo de mi vida he escuchado avisos provenientes de personas muy serias que pronosticaban el caos que se avecinaba debido a: la guerra nuclear, la crisis económica, el crimen incontrolado o las catástrofes naturales. La recomendación del pirrónico habría sido que mantuviésemos la calma dado que, estas predicciones catastrofistas, como el paso del tiempo ha demostrado, no estaban suficientemente justificadas. Es difícil hacer predicciones correctas, especialmente sobre el futuro, así que, tal vez, hagamos bien en no rendirnos a nuestro pesimismo. El eslogan del escéptico, podría ser: acepta tus limitaciones epistémicas y mantén la calma.
Además, hemos de asumir la duda como una parte ineludible de la vida y no debe angustiarnos la posibilidad de que debamos actualizar nuestras creencias cuando obtengamos nueva información. De hecho, no sólo no tendría que preocuparnos que un nuevo dato nos haga cambiar de idea, sino que deberíamos buscar activamente evidencias que cuestionen nuestras creencias actuales. Debemos aspirar a corregir el error, no a vivir sin dudas.
Otra de las diferencias entre las diversas escuelas escépticas helenísticas estribaba en su grado de confianza respecto a su propia creencia de que el conocimiento era inalcanzable. Los pirrónicos acusaban a los académicos de ser dogmáticos negativos ya que se atrevían a afirmar con rotundidad que el conocimiento era imposible. Esta posición es peligrosamente inconsistente dado que el hecho de creer firmemente que el conocimiento es inalcanzable es una forma de dogmatismo. Sexto y los pirrónicos preferían ser más modestos, o más radicales, según queramos verlo, y afirmaban que el escéptico verdadero debe abstenerse incluso de pronunciarse sobre si es posible o no tener conocimiento.508 Es decir, no podríamos saber, ni siquiera, si es posible llegar a conocer.
6.9 La duda y el problema de la acción
Estas discusiones pueden parecernos un tanto académicas, pero los escépticos helenísticos eran más pragmáticos de lo que el párrafo anterior nos puede inducir a pensar. El problema del escepticismo radical es que la duda absoluta lo acaba devorando todo.509 Ya en aquel tiempo se criticó el escepticismo radical por ser incompatible con la supervivencia.510 Hume pensaba lo mismo, señaló que si los pirrónicos no hubiesen actuado en base a ninguna creencia habrían muerto de hambre.511 Russell recibió una vez una carta de una admiradora solipsista, es decir, que afirmaba dudar de la existencia de los demás seres humanos. La contestación de Russell fue que nunca había encontrado a una solipsista sincera.512 Los escépticos helenísticos se plantearon este problema y concluyeron que, dado que era evidente que cuando tenían sed buscaban agua, su filosofía debía explicar qué creencias les permitían actuar en el mundo. Nuestra supervivencia requiere que tengamos creencias que se correspondan, al menos en cierta medida, con el mundo exterior.
Este problema es extensible a nuestra convivencia comunitaria, la duda excesiva actúa como un ácido social. Cuando los médicos empezaron a darse cuenta de que el tabaco causaba cáncer, las empresas tabacaleras contrataron a la compañía de relaciones públicas Hill y Knowlton513 para que les aconsejase sobre cómo defender su negocio. Su recomendación fue que sembrasen la duda. En un informe de 1953 se podía leer que el objetivo de las campañas de relaciones públicas debía ser que el público general creyese que había dudas sobre la implicación del tabaco en el cáncer. Llegaron a escribir: “La duda es nuestro producto”. La intención no era convencer al público de que el tabaco no era peligroso, sino crear una aparente controversia, con esto bastaba. Esta es exactamente la misma estrategia que se ha utilizado para retrasar la acción contra el cambio climático, exagerar la duda para dificultar la toma de decisiones. La duda exagerada puede crearse fijando la atención del público sobre los aspectos que todavía se desconocen, haciendo críticas exageradas sobre aquellos que ya han sido consensuados o, simplemente, lanzando desinformación contradictoria para causar confusión.514 Esto tiene como resultado que los ciudadanos, que no son expertos, se vean obligados a reservar el juicio. El objetivo de las páginas de noticias falsas no tiene porqué ser tratar de convencernos, sino crear un aparente debate que, en realidad, no existe. La estrategia no consiste en convencernos de una mentira concreta, sino de hacer que la ciudadanía ya no sea capaz de discernir la verdad enterrada bajo un alud de gilipolleces.515 Naomi Oreskes y Erik M. Conway en Merchants of doubt detallan la historia de estas estrategias de relaciones públicas aplicadas al tabaco, la lluvia ácida y el agujero en la capa de ozono.
Asimismo, merece la pena mencionar la tesis defendida, en el ya clásico On bullshit (Sobre la gilipollez), por el filósofo Harry G. Frankfurt. Según este pensador debemos distinguir la actitud de los mentirosos de la de los embaucadores (bullshiters). Mientras un mentiroso, ante una crítica, intentará defender su mentira creando una historia, más o menos, verosímil, un embaucador sepultará la crítica en una avalancha de nuevas gilipolleces, que ni siquiera tienen por qué ser coherentes.516 El principal objetivo del embaucador no es alejarnos de la verdad, sino sepultarnos en gilipolleces para impresionarnos o manipularnos.517 Esta actitud ya fue criticada por Platón al acusar, en el Eutidemo, a los sofistas de estar interesados sólo en ganar las discusiones y ser indiferentes a la verdad,518 pero fue Frankfurt quien revitalizó el debate sobre las gilipolleces. Por cierto, que Sobre la gilipollez se publicó en 1986, antes de que se acuñase el desafortunado término postverdad o de que Donald Trump llegase a ser presidente de Estados Unidos. Lo que es incuestionable es que el ensayo de Frankfurt es un serio candidato al premio de tratado filosófico con el mejor título de la historia de la filosofía. Volveremos a tratar este asunto cuando hablemos sobre pseudociencias.
Pero regresemos a los honestos debates del escepticismo helénico. Ante el problema de la acción planteado por nuestra vida cotidiana una posible respuesta es asumir que, aunque no podemos alcanzar el conocimiento infalible, sí es posible llegar a tener una confianza suficiente en algunas creencias. Por ejemplo, podemos confiar en que si tenemos sed el agua saciará nuestra sed. Tal vez no podamos decir mucho sobre la metafísica concerniente a la estructura última de la realidad de las moléculas de agua, pero es evidente que podemos desenvolvernos en nuestra vida cotidiana.519 Aunque no hayamos alcanzado un acuerdo completo sobre qué caracteriza a la gatunidad, al menos, somos capaces de llegar a ponernos de acuerdo, más allá de toda duda razonable, sobre si hay o no hay un gato sobre la mesa.
Hubo distintos grados de escepticismo y algunos admitieron que para desenvolvernos en nuestros quehaceres cotidianos podíamos prescindir de la inalcanzable certeza, que bastaba con considerar cómo nos parece que es el mundo. Es decir, para interaccionar con el mundo, nos bastaría con actuar en base a nuestras creencias. Timón de Fliunte decía: no postulo que la miel sea dulce, aunque admito que parece dulce.520 Las apariencias, claro está, puede que estén equivocadas, pero siempre podremos utilizar aquellas que merezcan una mayor confianza como guía.
Según este planteamiento escéptico, no hemos de concluir que el mundo externo es de un modo determinado, yo no estoy justificado para afirmar con certeza absoluta que el gato está sobre la mesa, no puedo alcanzar ese conocimiento, simplemente, Sexto, habría admitido que podía tratar de acariciar al gato porque le había parecido que estaba sobre la mesa.521 Esta actitud puede recordarnos al relativismo, pero mientras que el relativista renuncia a la posibilidad de alcanzar algún acuerdo sobre la constitución y el comportamiento del mundo externo y se conforma con su propio punto de vista, el escéptico asume que el acuerdo razonable es una buena guía para la acción y sólo renuncia a la pretensión de haber alcanzado la certeza. Arcesilao llegó a proponer que las creencias razonables son suficientes para actuar en el mundo.522 Filón de Larisa moderó todavía más el discurso escéptico al escribir que, aunque sea imposible alcanzar la verdad absoluta, debemos aceptar aquellas conclusiones más plausibles y actuar en consecuencia.523 Ser racionales no nos garantiza la verdad, pero sí nos capacita para actuar del mejor modo posible dadas unas evidencias concretas. Esta es una propuesta que todavía resuena en las críticas a la metafísica científica por parte de los filósofos antirrealistas actuales. Según esta corriente, la ciencia no puede establecer cómo son realmente las cosas y debe conformarse con crear teorías y modelos que resuman, al menos aproximadamente, las observaciones que hemos obtenido.
A algunos escépticos, como, por ejemplo, Enesidemo les pareció que esta corriente del escepticismo moderado se estaba acercando demasiado a las posturas dogmáticas originales.524 Un problema de esta propuesta es que si aceptamos nuestra impresión de que nuestro gato existe, deberíamos establecer bajo qué criterio admitimos esta conclusión y no las de los filósofos dogmáticos. Al fin y al cabo, si aceptamos las falibles percepciones como guía, ¿qué criterio nos impide aceptar las conclusiones metafísicas de los filósofos dogmáticos?
6.10 El grado de creencia
Carnéades llegó incluso a plantear una propuesta extraordinariamente moderna. Como escéptico estaba de acuerdo en que la ambición estoica de alcanzar el conocimiento infalible mediante las impresiones cognitivas no era realizable, sin embargo, sugirió que debíamos reconocer que algunas impresiones eran más pithanon que otras. Este término, pithanon, podría traducirse como plausibilidad,525 aunque también podría traducirse como probabilidad o verosimilitud. En cualquier caso, Carnéades nos instó a investigar cuál es el grado de confianza que debe otorgarse a una impresión o a una conclusión. Esta es una idea muy cercana a los grados de confianza que los bayesianos contemporáneos asignan a las creencias. Debemos evaluar en qué medida una creencia concreta es fiable, cuál es el grado de duda racional.
En cualquier caso, los escépticos helenísticos hicieron varias aportaciones fundamentales. Si sus críticas a las afirmaciones metafísicas más alejadas de la evidencia empírica se hubiesen escuchado, tal vez nos habríamos ahorrado una gran cantidad de especulación vacía. Además, su insistencia en que debemos asumir la falibilidad de cualquier propuesta debe ser un pilar fundamental de nuestra aproximación al conocimiento. Cualquier evidencia y cualquier conclusión ha de tener asociada un cierto grado de duda y siempre debemos recordar que el conocimiento sobre el mundo externo es revisable. Carnéades y Filón de Larisa, y casi todos los demás escépticos, también habrían estado de acuerdo en que es lícito llegar a tener una confianza elevada en algunas creencias, aunque la certeza absoluta sea inalcanzable.526 Recordemos que incluso aquellas leyes que nos parecieron establecidas más allá de toda duda razonable, como la de la gravedad newtoniana puede que en algún momento deban ser revisadas.
Tal vez la crítica escéptica no habría sido tan vitriólica si los estoicos no hubiesen aceptado un criterio de verdad tan elevado. Si asumimos que sin certeza hemos de suspender el juicio y que la falibilidad es inevitable nos quedamos, estrictamente hablando, sin posibilidad de conocimiento, por lo que, tal vez, lo más razonable sea plantear alguna definición alternativa de conocimiento. Puede que el problema, al fin y al cabo, esté en el criterio, en el inalcanzable nivel de exigencia.
Las reservas escépticas se perdieron en el caos que engulló a la civilización occidental tras la caída de Roma, y cuando en el mundo medieval los metafísicos se dispusieron a analizar sus creencias, lo hicieron con un gran exceso de confianza. Las cautelas escépticas se habían olvidado y el escolasticismo no sólo aceptó como verdaderas algunas intuiciones cotidianas, sino que se atrevió incluso, partiendo de estas intuiciones, a plantear un asalto a los propios cielos metafísicos.
6.11 Escépticos modernos y actuales
El escepticismo helenístico murió con Sexto Empírico y no fue recuperado hasta la Edad Moderna.527 Sexto fue publicado en 1562,528 en una época que asombrada por los continuos descubrimientos geográficos y enfrascada en terribles guerras religiosas estaba dispuesta a apreciar su mensaje. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII los escépticos antiguos tuvieron una profunda influencia en pensadores como Michel de Montaigne, Descartes o Hume.529 Podría decirse que la filosofía moderna, por un lado, abrazó este cuestionamiento radical y, por otro, trató de responder a él.
Descartes, por ejemplo, intentó proteger a la filosofía de la amenaza del escepticismo, pero al mismo tiempo, utilizó la duda radical como una herramienta filosófica. Descartes era matemático y racionalista, es decir, confiaba en la razón pura como fuente de conocimiento. En su trabajo más famoso, partió de la duda más absoluta para construir, mediante la razón, su filosofía. Se planteó que uno podía dudar sobre todo, pero que, aun así, había verdades irrefutables que podían ser tomadas como premisas: pienso luego existo, todo fenómeno debe tener una causa, un efecto no puede ser mayor que su causa y la mente tiene ideas innatas correctas relativas a la perfección, el tiempo, el espacio y el movimiento. Sin embargo, y a pesar de la confianza cartesiana, casi todas estas ideas fueron matizadas o descartadas posteriormente.
La ciencia ficción también ha hecho una profunda exploración de la duda radical: podríamos vivir en Matrix, nuestro mundo podría ser una simulación, o podríamos ser un replicante creado hace cinco minutos con memorias falsas o prestadas. Estas posibilidades son lógicamente coherentes, no pueden ser descartadas del todo. Cualquier hipótesis que plantee un mundo que no podamos distinguir del nuestro mediante la observación es, evidentemente, empíricamente indistinguible del nuestro. A este problema se le denomina, como ya hemos mencionado, subdeterminación. Sin embargo, esta posibilidad no implica que sea necesariamente racional asumir esta duda radical.
Todo pensador racional debe dudar, pero no todas las dudas son racionales.530 Que una idea, como la de que vivimos en Matrix, no sea irrefutable, no implica ni que sea verdad, ni que sea racional, ni que sea relevante. Si dos hipótesis tienen idénticas consecuencias empíricas, que aceptemos una o la otra no tendrá más consecuencia práctica que nuestra propia creencia en ellas. La hipótesis más racional es asumir que el mundo externo existe y se parece, más o menos, a lo que describen nuestras ideas cotidianas y nuestras mejores teorías científicas.531 La hipótesis más sencilla que es coherente con nuestras observaciones es que los gatos existen efectivamente en el mundo externo.
En cualquier caso, lo cierto es que el tratamiento del escepticismo por parte de los filósofos modernos fue bastante distinto del de los helenísticos. Mientras que el objetivo del moderno era utilizar la duda radical como herramienta, el helenístico se interesó, sobre todo, por cuestionar las conclusiones de las distintas escuelas filosóficas.
Actualmente el término escepticismo ha adquirido un nuevo significado relacionado con la aproximación racional al mundo. Tal vez un término más adecuado para describirlo habría sido racionalismo; es una pena que este término tenga ya otro significado tan distinto. Estos nuevos escépticos, con los que me identifico, buscan ir refinando sus herramientas cognitivas con el objetivo de obtener conocimiento sobre el mundo, son empiristas y, por supuesto, falibilistas. El escéptico actual intenta establecer de un modo racional el grado de confianza en las distintas creencias que se plantea.
6.12 La elección
La posición del escéptico radical es lógicamente intachable. Uno puede asumir que sus recuerdos han sido implantados por un dios juguetón hace cinco minutos y que todo lo que cree saber es falso. Esta posición es lógicamente coherente y tal y como puntualizaron los escépticos helenísticos, cualquier intento de creación de conocimiento estará siempre sujeto a limitaciones; la certeza absoluta es inalcanzable. En realidad, no podría esperarse otra cosa de un sistema que está intentando aprender sobre otro a partir de una información incompleta. Pero que una posición sea lógicamente coherente no implica que esté libre de problemas prácticos. Si uno opta por el escepticismo radical está condenado al solipsismo y no poder decidir si lo que cree tener delante de sus narices es una puerta por la que salir o un engaño.
Creo que cualquier pensador debe responder a dos preguntas. En primer lugar: ¿Cree que es razonable asumir que existe un mundo externo con una cierta estructura, es decir, un cosmos y que tus sentidos te hacen llegar información aproximadamente correcta sobre el mismo? Puedes elegir responder que no a esta pregunta y convertirte en un escéptico radical, pero, en ese caso, tienes que pagar un alto precio, el conocimiento es imposible y estás condenado a vivir completamente aislado del resto del cosmos. Nunca he oído hablar de nadie que se haya comportado de un modo coherente con esta extraña elección.
La segunda cuestión es esta ¿piensas que tenemos que esforzarnos por intentar ser lógicamente coherentes? Responder que sí implica un compromiso con la racionalidad, pero, a la vez, una renuncia a algunos aspectos de nuestra naturaleza. La mayoría de los seres humanos no tienen la razón en suficiente estima como para, por ejemplo, enfrentarse a creencias fundamentales de su entorno social ni como para entablar diálogos racionales en los que el objetivo no es vencer, sino construir conocimiento. Esto, como iremos viendo es muy costoso e implica sacrificios importantes. Lo habitual es que los seres humanos se comporten siguiendo su naturaleza y que su esfuerzo por construir posturas coherentes sea limitado.
Además, como veremos, el compromiso no es garantía de éxito. Las posibilidades de conseguir conocimiento dependen tanto de ti como del problema. Hay cuestiones demasiado difíciles.
6.13 Resumen
Los escépticos helenísticos descubrieron limitaciones muy reales del conocimiento y enfriaron el optimismo del resto de escuelas filosóficas. Sin embargo, esto no implica que debamos abrazar la duda radical, esta duda, aunque es lógicamente coherente carece de interés práctico, el conocimiento es necesario para la acción. La duda absoluta, ilimitada, es incompatible con la supervivencia. No, la lección ha de ser: cautela, modestia y compromiso con el rigor intelectual.
Los escépticos encontraron problemas en varios frentes. Por ejemplo, nuestros sentidos pueden engañarnos. Además, las evidencias, hasta cierto punto, están teñidas de teoría, las conclusiones dependen, al menos en parte, del investigador y no sólo del mundo externo. Y, por último, aunque la lógica es una herramienta irrenunciable, en realidad, para poder estudiar el mundo externo estamos obligados a hacer inferencias ampliativas y, por lo tanto, lógicamente inválidas.
El investigador está sujeto a estas limitaciones y sólo mediante una aproximación sistemática podrá alcanzar el ideal racional, que no consiste en conseguir certeza, sino en ir actualizando nuestros modelos del mundo a medida que vamos obteniendo información, de modo que nuestros mapas, paulatinamente, pero con la máxima eficiencia, vayan pareciéndose al territorio. Lo que consigue el investigador racional es que las estructuras de sus modelos vayan aproximándose a los patrones presentes en el mundo externo. Para conseguirlo dispone de varias herramientas, todas consistentes en sistematizar lo que ya hace en su vida cotidiana. La adquisición de información debe realizarse, en la medida de lo posible, con protocolos claramente definidos. Esta es la diferencia entre la percepción o la información anecdótica y la observación científica. Pero incluso estas observaciones rigurosas serán falibles y deberán ser evaluadas en conjunto exigiendo coherencia lógica entre toda la información adquirida.
Evidentemente, este camino no será sencillo y, como veremos, los retos no serán sólo intelectuales, pero, como mínimo, exigirá que el investigador se convierta en un experto prudente. Este es el mejor modo de aprender sobre el territorio, aunque, siempre deberemos recordar que habrá regiones más difíciles de explorar y, cuando ni los expertos lleguen a consensuar una respuesta tendremos que seguir las recomendaciones escépticas: reservemos el juicio o evaluemos la verosimilitud de las conclusiones.
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